Como
hacía mucho tiempo no sucedía, un microorganismo de no más de 220 nanómetros de
diámetro (para que se hagan una idea, una cosa minúscula, algo así como el tamaño del cerebro de personajes
como AMLO, Bolsonaro o los usuarios de
peluquines rubios que habitan la Casa Blanca y Downing Street) está
haciendo tambalear las instituciones, las costumbres y el sistema económico que
nuestra pujante especie de simios lampiños ha edificado después de cientos de
años de civilización.
Quienes
pensamos que los efectos de este bichito no irían más allá de los de un simple
gripa de temporada (que, hay que decirlo, hasta ahora ha matado más
gente que el Covid-19) nos equivocamos, y hemos visto cómo, de un momento a
otro estamos protagonizando nuestra propia película apocalíptica que combina la
trama de "Epidemia", con
médicos no tan bien parecidos, pero haciendo de héroes con sus trajes hechos
con bolsas de basura, combinada con algunas escenas de "Jumanji", por aquello de los
animales salvajes reclamando su territorio, incluyendo a los ciudadanos que se
saltan la cuarentena, junto con otras de
"El cuento de la criada" en las que vemos gente haciendo
mercado sin hablar o tocar a nadie por temor a una sanción, y porque no, con un
toque de comedia tipo "Marcianos al ataque", al ver cómo algunos líderes mundiales
sucumben ante la amenaza por no saber cómo lidiar con la epidemia. Una situación inusual y casi distópica que no
se le habría ocurrido ni a los guionistas de películas de desastres más
experimentados.
Y como
siempre, como en toda crisis, vemos lo bueno y lo malo de nuestra peculiar
especie. Nunca antes se había tenido tanto acceso a la información, a los avances médicos y a tecnología
especializada para enfrentar un problema de este tipo. La última gran pandemia fue la gripa española,
que fue gringa, china o inglesa, todo menos española, y que mató
aproximadamente 50 millones de personas hace poco más de 100 años. Por aquellas
épocas sin intrépidos influencers que lamen inodoros para hacerse famosos, sin
tías enviando cadenas de WA con fake news, sin microscopios electrónicos, y sin
los avances en medicina que tenemos ahora, el virus no fue identificado hasta
casi 15 años después (hacia 1933), haciendo imposible una vacuna, lo que
contrasta con lo que pasó en esta emergencia, en donde este proceso se redujo a
semanas.
Si bien
es cierto que tampoco hay vacuna aún para el virus que nos atormenta, y por el
que hemos tenido que someternos al encierro general (que en nuestro platanal ha
servido como excusa para el aumento de denuncias por violencia doméstica), el
tiempo de su desarrollo se estima en meses; incluso en China ya se encuentran
en pruebas de dicha vacuna, eso sí, disparando toda clase de teorías
conspirativas. Korea del Sur también ha dado una lección de como enfrentar
estos problemas con sus test masivos y su rastreo de casos.
Sin
embargo, nuestra propia naturaleza nos está jugando una mala pasada. El
populismo, el ultranacionalismo, la fiebre por el poder, la pseudociencia y en
general, la ignorancia nos pueden estar cobrando factura. Primero, el Winnie The Poh chino, Xi Jin Pin, se empeñó en ocultar el problema por semanas,
obligando al médico que lo descubrió (y
que murió por el virus) a echarse para atrás en sus declaraciones,
recordándonos de paso, que las creencias (por aquello del nacionalismo) aún 100
años después de la gripa española y varios siglos después de la peste negra,
siguen siendo más poderosas que los hechos. ¿Ocultó la epidemia para proteger
la sana dieta de sopa de murciélago fresco y estofado de pangolín? Quien sabe.
El caso es que gracias a esa pequeña cagada, el virus tuvo chance de expandirse
y llegar a todos los rincones de nuestro maltratado planeta.
Luego
observábamos horrorizados la catástrofe en Italia, y en alguna proporción en
España mientras escuchábamos atónitos las declaraciones de quienes se supone
deberían dar alguna luz para paliar el problema. La versión inglesa de Donald
(el presidente, no el pato) restó importancia a la emergencia, y casi que dio
por sentado que los viejos y los débiles deberían morir para evitar la caída
económica de la nación, haciendo caso omiso de las recomendaciones científicas,
para luego retractarse, poner a todo el mundo en la casa, y en un acto de
justicia poética verse infectado con el mentado bicho.
El
mandamás brasilero, por su parte, apeló a su empírica interpretación de la
genética del brasileño para proteger a la nación. Según él, son capaces de
"nadar en alcantarillas sin que les pase nada", lo que seguramente
haría que pasara de largo el virus; este personajillo siniestro, que entre sus
medidas para combatir el virus declaró los cultos religiosos como actividades
esenciales para el país, no tuvo más opción que echarse para atrás y una vez
más hacerle caso a esos científicos terroristas que amenazan la economía con
sus cuentos raros. Mientras tanto, debajo del río grande, un ancianito jovial,
dicharachero y con aparentes problemas mentales, desafiaba los efectos de la
microbiología con una estampilla de la virgen del Carmen, que según entendimos,
haría inmunes a sus gobernados a la infección, para luego fundirse en abrazos y
besos con sus seguidores mientras promocionaba las visitas a sitios
concurridos, para después, nuevamente, tomar las medidas que ya se sabía que
había que tomar.
Finalmente,
esa fuente de memes que gobierna el coloso del norte, hace de todo para hacerse
el loco con el problema. Sus declaraciones incluyeron joyas como que el
problema iba a desaparecer "like a miracle", que la emergencia
acabaría en abril "por el calor", que
"solo tenemos 15 infectados que se curarán y se solucionará el
problema", que el virus debería llamarse "chinese virus", y que
había "hermosos test para todo el que lo necesite" (ante la mirada
atónita de su escudero Faucci). Eso sí, las mismas no evitaron que el país haya
tomado la punta como el país con más casos reportados en el mundo, a lo que respondió medidas totalmente acordes
con la emergencia, como ponerle precio a la cabeza de los criminales que
gobiernan a nuestros vecinos venezolanos.
Muchos
hablan de las consecuencias de la pandemia y que el mundo no será el mismo
después que termine la crisis, algo que parece inevitable. Lo que ojalá quede
de todo esto, y que hasta ahora parece utópico, sea aprender a enfrentar los
problemas globales, que cada vez serán más frecuentes y tal vez más peligrosos,
con soluciones globales. Seguimos en una competencia de "quien la tiene
más grande" basados en banderas e himnos nacionales, sin entender que al
final, esos enfoques son tan insuficientes, y hasta tan absurdos como las
bendiciones que daban los papas o las máscaras narizonas (no las tangas) que
usaban los médicos en las épocas de la peste negra. El éxito de Korea, Alemania
y China en contener la crisis contrasta con la tragedia de Italia, Españá e
Iran, y con la propagación del virus por todo el mundo. La irrupción de la
inteligencia artificial y el calentamiento global se ven a la vuelta de la
esquina, y si seguimos dependiendo de los caprichos del loquito que está
sentado en el trono de poder de turno, tal vez hayamos encontrado la cura al
Sapiens Virus que viene sufriendo el planeta desde hace 10.000 años.
Muy bueno mi estimado PI Saludos desde tierras Hallandeñas!!!
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